Por: IdS
CVX Hermosillo (México)
IntroducciónMediante este ensayo pretendo abordar cómo nuestro proceder para con el pobre es un factor esencial en la relación-diálogo con Dios; y cómo los factores económicos, sociales y políticos son estructuras creadas para su opresión y esclavitud, más que circunstancias aisladas o ideologías propias de una cultura.
¿Por qué los barrios pobres o las periferias urbanas carecen más de infraestructura hidráulica y sanitaria, tienen los más altos índices delincuencia, drogadicción, violencia y analfabetismo? ¿Acaso ser pobre es una elección o una imposición? y ¿Puede dársele gloria a Dios mientras observo impasible la desgracia de los «otros» a la orilla del camino o la ciudad?
Contemplando a nuestros hermanos: los empobrecidos
El hablar sobre la pobreza y sobre los pobres es un tema provocativo que invita a reflexionar sobre nuestra relación con el «otro»; que confronta nuestros hábitos, costumbres e ideologías de vida; que inquieta evocando sentimientos de impotencia e impaciencia, ante el sufrimiento de tantas personas carentes de lo básico; que apasiona y roba nuestra imaginación al buscar soluciones inventivas señalando culpables concretos.
El solo hecho de pensar en la pobreza, hace brotar casi inmediatamente, el recordatorio subyacente de nuestra dimensión social como seres humanos; pues vemos en el «otro» reflejado nuestras experiencias de carencia y dolor, realidades que evadimos conscientemente y que pocas veces deseamos.
Investigar sobre qué es ser pobre, es toparse con una innumerable cantidad de definiciones, enfoques, ideas y hasta formas de evaluación y medición; dando la sensación de ser un concepto ambiguo, difuso, confuso y dependiente del contexto donde se desarrolla ¡Cómo si los niños latinoamericanos no sintieran la misma hambre que los africanos! O ¡la frustración e impotencia por la explotación laboral del obrero asiático fuera distinta a la de un campesino indígena americano!
Benito Baranda, parafraseando a Amartya Sen, señala que «la pobreza es una privación de la libertad porque impide desarrollar las capacidades naturales» (Baranda, B.). Definición que amplía nuestra visión, pues lejos de mencionarla como una escasez, se entiende como la opresión del prójimo que ve hundida y secuestrada su oportunidad de vivir dignamente, a costa de intereses egoístas.
Por lo tanto, podemos decir que las personas no son pobres, sino han sido empobrecidas mediante sistemas económicos y sociopolíticos injustos, arrebatándoles lo que por derecho les ha sido dado. Ya el Papa Francisco lo denunciaba en Bolivia: «La distribución justa…no es mera filantropía, es un deber moral, se trata de devolverles a los pobres y a los pueblos lo que les pertenece» (S.S. Francisco, discurso).
El informe 2015 “Panorama Social de la CEPAL en América Latina muestra que «el número de personas pobres creció en 2014, alcanzando a 168 millones, de las cuales 70 millones se encontraban en situación de indigencia». Para México CONEVAL estimó, durante ese 2014, la existencia de 55.3 millones de pobres[1] en un país de 119.87 millones de habitantes; esto significa que casi 1 de cada 2 mexicanos vive en situación de pobreza.
Datos estadísticos que ya no parecen asustar o, por lo menos, preocupar a una gran parte de la sociedad; quien pierde, poco a poco, la dimensión de escándalo y vergüenza. Causa más asombro y hasta tristeza que un equipo deportivo pierda un juego, que algún actor o cantante «famoso» fallezca o incluso, que la bolsa de valores bursátiles de un país desarrollado se desplome varios puntos porcentuales.
Vivimos inmersos en una sociedad «saciada», regocijada en los propios logros y placeres, en el que «la indiferencia y el cinismo ante el dolor de los excluidos» (Vitoria, F.J., p. 255), muestra un evidente «signo de pérdida de aquel sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda sociedad civil». (Laudato Si, No. 25).
Contemplar esta cruenta herida social, también hace resaltar nuestras deficiencias individuales –ausencia de solidaridad, de fraternidad y de compasión- exponiendo lo ingrato y mezquino que podemos llegar ser con los de nuestra misma especie. Haciendo de nuestros hermanos empobrecidos una masa ingente sin nombre, sin rostros y sin historia; reduciéndolos a una simple referencia en nuestro vocabulario, a una estadística de estudios o simplemente a «algo» que hay que esconder de nuestra vista.
La gran fábrica de pobres, el negocio redituable de la explotación del hermano
«A la gente la empobrecen para que luego vote por quienes los hundieron en la pobreza»
Jorge Mario Bergoglio.
La pobreza no es ocasional ni fruto de la casualidad, tiene cimientos y «estructuras de pecado»[2] en proporciones planetarias; donde una economía de mercado, motivada y preocupada únicamente «por la maximización de la utilidad» (Carta AUSJAL 32. Vol. 1, p. 13), reduce al ser humano a un medio para el alcance y disfrute de beneficios, mismo que será desechado o descartado cuando deje de ser rentable. Ofrece ventajas a los poderosos, legitima desigualdades y busca preservarse en base a un consumo excesivo y de diversiones inmediatas (Cf. Vitoria, F.J., p. 227, 230).
La falta de educación, la explotación laboral y falta de empleo, la violencia, el narcotráfico, la prostitución y la trata de personas, la degradación y la destrucción ambiental, la discriminación racial, étnica o de género; no son simples apreciaciones de gente crítica o inconforme, son denuncias de deficiencias creadas para arrastrar al «otro» en una espiral de muerte y destrucción, quitándole lo que de suyo le pertenece y garantizando el estatus de los «saciados» mediante la manipulación, explotación y abuso, a partir de sus necesidades, muchas de ellas básicas.
En esto, el papel de la política, parece estar subordinado a salvaguardar los intereses económicos, alejada del bien común de aquellos que los eligieron y evitando exponerse a «irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras» (Laudato Si, No. 178).
Los planes y programas de atención social por parte de los gobiernos, lejos de tender a reducir estas fallas o eliminarlas, han estado destinados al fracaso, pues el desinterés por aplicarlos efectivamente, la incoherencia ante las necesidades reales y la desarticulación entre ellos a un objetivo común, muestran ser una autentica simulación, dando pequeñas porciones que «maquillan» estadísticas.
Esta fuerte alianza – entre gobiernos y actores económicos- los ha convertido en auténticos administradores de la pobreza, especulando y evitando por diferentes medios eliminarla (Cf. Carta AUSJAL No. 32 Vol. 2. p. 58). Esto no afecta únicamente al ser humano, sino también a la madre naturaleza, porque esa misma lógica que no ha permitido cumplir con el objetivo de erradicar la pobreza es la misma que dificulta tomar decisiones drásticas para revertir el calentamiento global (Cf. Laudato Si, No. 175).
La continua sobreexplotación de los recursos naturales y las nuevas formas de esclavitud, muestran lo absurdo de este sistema: ¿De qué le sirve al hombre el avance y el desarrollo tecnológico cuando no ha sido capaz de garantizar, a todos los seres humanos, las condiciones básicas de vida y de sustentabilidad?
Hoy, el «mundo tiene una grave deuda social con los pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho a la vida radicado en su dignidad inalienable». (Laudato SI, No. 30).
E irónicamente, todo ello hace posible la distopía evangélica, ese lugar en el cual los «saciados» y los «consolados» encuentran cabida; y ¡Ay de nosotros! si pertenecemos, entre risas y alabanzas, a ese círculo exclusivo. (Cf. Laguna, J., p. 6).
La idolatría del dios Dinero.
Esta explotación del «otro» para el enriquecimiento individual desproporcionado no es algo nuevo, la historia hace constatar que su raíz es más profunda y de carácter espiritual: la colocación del dinero como centro de vida. Un culto idolátrico que degrada al hombre, dictamina sus actitudes, propicia comportamientos deshumanizantes para con el mismo y para con los demás, exigiendo celosamente todo el tiempo, el esfuerzo, la voluntad y hasta la imaginación, en favor de una acumulación desmedida de bienes y experiencias placenteras, importando poco los medios para su alcance.
Idolatría que, lejos de ser notoria, sutilmente ha permeado en nuestra sociedad y ocupa un lugar preponderante, pues al dinero le referimos actitudes que antes eran exclusivas de Dios, como la «confianza, fidelidad, seguridad, amor, confianza en el futuro, esperanza, etc.» (Vitoria, F.J., p. 235). Cegando la posibilidad de reconocer a Dios en los más pobres –dimensión sacramental- , creando una concepción intimista de la salvación – por mis propios medios y a mi manera- y agradeciendo, de forma farisaica, las «bendiciones recibidas» (Cf. Lc 18, 11-12).
Vivir por ese «dios», es desvivirse por el poder, la dominación y la opresión; ídolos de muerte «que convierten los sistemas reguladores económicos, sociales y políticos en auténticos laberintos diabólicos» para los más débiles (Vitoria, F.J., p. 234); demandando el acatamiento de reglas – desfavorables e injustas- e «imponiendo cargas insoportables que ni siquiera, los que las crearon, son capaces de mover un solo dedo para llevarlas» (Cf. Lucas 11, 46).
Y aunque San Pablo ya lo denunció en su momento: «La raíz de todos los males es la codicia: por entregarse a ella, algunos se alejaron de la fe y se atormentaron con muchos sufrimientos» (1 Timoteo 6,10); este pequeño dios ha creado maneras entretenidas para seguir cautivando, arrodillando y deshonrando a todo ser humano, a pesar de su terrible hedor[3].
Conclusiones
«No nos hemos comprometido con los pobres hasta que seamos amigos de ellos»
Gustavo Gutiérrez
La pobreza por sus expresiones multidimensional, multifactorial y multiarquetípica (Baranda, B.), nos anima a la colaboración y participación comunitaria en la búsqueda de soluciones creativas que favorezcan a cada uno de nosotros. Por esto, quisiera mostrar algunas pequeñas ideas que nos puedan ayudar a salir de la somnolencia en la que nos han sumergido y alentar la respuesta ante el ¿Qué puedo hacer yo?
1.- No olvidar que los empobrecidos no representan escalones para ganancias económicas, no son fuente para el éxito o la fama, no son números que engrosan estadísticas ni objetos de reflexión teológica; son personas con historia, con procesos y representan a Cristo -así como son y con todos los prejuicios que generan-. Dejemos de lado esos pretextos de:
· No compartir el pan con el hambriento, creyendo que éste no se lo ha «ganado».
· No darle de beber al sediento, porque prefiere alcoholizarse o drogarse.
· No vestir al desnudo, pensando que no valora lo que se le regala.
· No visitar al encarcelado, puesto que se «merece» estar allí o por el miedo al «qué dirán».
· No visitar al enfermo, por falta de tiempo y valor para reconocer nuestra fragilidad humana en él.
· No recibir al migrante, juzgándolos de vicioso, criminal o delincuente que inunda «nuestra» ciudad de inseguridad y violencia.
La sentencia es clara y no sujeta a interpretaciones: «Les aseguro que lo que hayan hecho con uno solo de éstos, mis hermanos menores, me lo hicieron a mí» (Mt 25,40).
2.- Cuestionar los propios hábitos y costumbres de consumo, reconociendo las dinámicas sociales y culturales que no nos permiten compartir con el empobrecido, lo que somos y no lo que nos sobra; «invita a pobres, mancos, cojos y ciegos…porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos» (Lc 14,13). Incluye también reflexionar las posturas ante la pobreza: ¿Cuántas banderas se levantan fuertemente a favor de grupos «excluidos» dejando de lado la vida de millones de personas que no tienen qué comer? ¿No será que no los defendemos por que han dejado de ser minoría?
3.- Estar atentos y cuidarnos el corazón de cualquier codicia, que por más rico que seamos, la vida no depende de los bienes (Cf. Lc 12,15). Una invitación cristiana a rechazar la actual «economía de exclusión e inequidad donde el dinero reina en lugar de servir. Esa economía mata. Esa economía excluye. Esa economía destruye la Madre Tierra.» (S.S. Francisco, Discurso); y a colaborar en economías alternas donde «los empobrecidos marquen el ritmo de nuestro progreso» (Laguna, J., p. 6).
4.- Orar ante la realidad que se vive, depositando la confianza en nuestro Padre que sabe lo que necesitamos; basta que busquemos su reino y lo demás nos vendrá por añadidura (Cf. Lc 12, 30-31). Opción que nos lleva a mirar al mundo como algo «más que un problema a resolver», es un misterio gozoso que se contempla con jubilosa alabanza (Cf. Laudato Si, No. 12); sin olvidar la recomendación joánica: «Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente; porque si no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.» (1 Juan 4, 20).
Bibliografía
1. VITORIA C., F.J. (2013) «Un cristianismo al servicio de la fe y la justicia» en: «Una teología arrodillada e indignada. Al servicio de la fe y la justicia», Editorial Sal Terrae-Cristianisme i Justícia.
2. LAGUNA, JOSÉ. (2012) «¡Ay de vosotros! Distopías evangélicas», Cuaderno No. 181, Editorial Cristianisme i Justícia.
3. SS. FRANCISCO (2015) Carta encíclica «Laudato Si» sobre el cuidado de la casa común. La Santa Sede.
4. Carta de AUSJAL No. 32 Vol. 1 (2011), «Pobreza y Política Social en América Latina».
5. Carta de AUSJAL No. 32 Vol. 2 (2011), «Casos Nacionales sobre Pobreza y Política Social en América Latina».
6. BARANDA, BENITO (2016). «Exclusión social: construcción colectiva de la justicia social y distribución del poder político», clase virtual del módulo 2: «Interpretación de la realidad socioeconómica del América Latina y El Caribe».
7. Informe 2015 «Panorama Social» de la CEPAL, Capítulo 1 «Pobreza y desigualdad en América Latina».
8. SS. FRANCISCO (2015), Discurso en el encuentro con los movimientos populares en Bolivia.
Nota:
Las citas bíblicas son de: «La Biblia de nuestro pueblo. Biblia del Peregrino. América Latina.» texto: Luis Alonso Schökel, Ediciones Mensajero.
Ensayo revisado por: Rolando E. Díaz C.
[1] cifras ofrecidas por CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social). http://www.coneval.org.mx/Medicion/MP/Paginas/AE_pobreza_2014.aspx.
[2] Denunciadas por San Juan Pablo II en su encíclica Sollicitudo Rei Socialis.
[3] San Basilio de Cesárea lo llamó: «el estiércol del diablo».
... Mientras más le doy vueltas a esto más dejo de poner mis miras de cambio en las quejas contra el gobierno, y más me volteo a ver a mí y a mi actuar... De nada me sirve quejarme si con mi vida doy sustento a este sistema de muerte que nos tiene hundidos y cegados.
ResponderBorrarSerá mejor emprender el camino cuanto antes, y cambiar mi modo, liberarme y espero en Dios pronto poder entender que como humanos no somos dueños de nada, pues todo se nos ha dado!!!...