María, esclava del Señor y bendita entre las mujeres, como mujer sencilla del pueblo nos manifiesta las preferencias del Padre y nos invita a cantar con ella el anhelado triunfo de nuestro Dios “llenó de abundancia a los hambrientos, y a ricos los despidió sin nada; puso por encima a gente humilde, y echó abajo los poderosos”
Todos necesitamos un maestro que nos enseñe a vivir. Y, para ser Comunidad de Vida Cristiana, que nos enseñe a vivir una auténtica vida cristiana. En María encontramos a nuestra Maestra.
En ella, bendita entre todas las mujeres y esclava del Señor, encontramos ese misterio de la Pascua, del anonadamiento de ella por reconocerse la esclava: el resto de Israel, los pobres, los que nada valen, los que no tienen nada con que defenderse… María es una de ellos. Mujer sencilla como las mujeres sencillas de nuestro pueblo, y por eso, ¡bendita entre las mujeres! Bendita porque supo mantener firme su fe en el Señor, su disponibilidad en el servicio, en la fraternidad.
Ella nos manifiesta la preferencia del Padre que escoge a “esa mujer” para que sea la madre de su Hijo. Es claro el mensaje, no hay otra manera de leer el Evangelio: ¿a quién prefiere el Padre, a quién pide colaboración? Precisamente a esa mujer humilde, a esa mujer trabajadora, a esa mujer sencilla.
María nos invita a cantar con ella el triunfo de nuestro Dios. “El Magníficat”, como dice nuestro pueblo, que no es una fórmula mágica para conseguir un don de Dios, para que se acabe el temblor o para que se nos quite el dolor de la picadura del alacrán. El pueblo, con fe, reza el Magníficat uniéndose al canto de María. Tal vez este pueblo no conoce la historia de este canto, pero con una profunda devoción canta las alabanzas de nuestro Dios, que llena de abundancia a los hambrientos y a los ricos los despide sin nada.
Esa es la tarea que estamos llamados a realizar como Comunidad de Vida Cristiana, es la tarea que Jesús viene a hacer a este mundo. Así lo reconoce María su Madre en las palabras que pone en su boca Lucas, porque así lo comprendió la primera comunidad cristiana y así quedó expresado en el Evangelio.
Esta tarea no es un quehacer derivado de un sistema filosófico, de un señor Carlos Marx del siglo pasado. La Virgen María no puede ser sospechosa de comunismo porque cantó este cántico, no puede ser sospechosa de estar promoviendo la lucha de clases. María simplemente canta con alegría el triunfo de nuestro Dios, del Dios que se compromete con los pobres y que los llena con abundancia, despidiendo a los ricos sin nada. Esto es lo que alaba la Virgen María, lo que alegra su espíritu: que Dios está realizando su proyecto de echar abajo a los poderosos y levantar a la gente humilde.
Debemos aceptar que este es precisamente el Proyecto de Dios para nosotros y para toda la humanidad. No porque a Dios le moleste que haya ricos, y hay que aclarar aquí este punto importante. Riqueza y pobreza se pueden entender en dos sentidos muy diversos. Si simplemente por rico entendemos el que tiene abundancia de bienes, el que goza de los productos de la naturaleza, podemos decir que Dios quiere que todos sus hijos seamos ricos. Basta ver la infinitud enorme del espacio: ¡para qué queremos más riqueza! Dios ha sido espléndido con nosotros. Si nos fuéramos a repartir los peces del mar, tenemos riquezas infinitas para gozar de los dones que el Señor nos ha dado; por no hablar de las riquezas culturales que también ha dado a sus hijos. Dios no quiere que haya pobres, quiere que todos seamos ricos. Pero hay un segundo sentido de riqueza que es el tener más que otros, y pobreza el tener menos que otros. Y esto es lo que Dios aborrece, es lo que Dios no puede tolerar: que entre sus hijos unos tengan mucho y otros no tengan nada. Lo que Dios no quiere es que queramos estar por encima de los demás. Él quiere que compartamos como buenos hermanos los bienes de la naturaleza
Por eso María se alegra cuando ve que Dios, a través de su hijo Jesús, va a realizar esto: a arrebatar sus riquezas a los ricos, a dar en abundancia a los pobres. Esto es lo que alegra a María y cuando esto sucede, todo cristiano, todo miembro de la Comunidad de Vida Cristiana, tiene que alegrarse y tiene que trabajar activamente para que esto suceda. Y si esto suena a revolución, a comunismo, a lucha de clases, pues ¡qué pena que alguien lo interprete así!; porque esto no es más que la palabra de Cristo en el Evangelio, y es el canto de la Virgen María, nuestra Maestra.
Ojalá aprendamos la lección que esta maestra nos quiere dar con su canto y sepamos pedirle que nos ayude a comprender el Proyecto de Dios, que nos ayude a comprender la justicia que Dios quiere realizar sobre la tierra, que nos ayude a reconocer iguales a nuestros hermanos, a trabajar activamente por la igualdad, especialmente por la igualdad en la posesión de los bienes. Sin esa igualdad, todas las demás igualdades son pura mentira: igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades educativas, como si fuera lo mismo ir a la escuela con el estómago vacío que con la barriga bien llena; como si fuera lo mismo estudiar a la luz de una vela y cuando 5 o 6 hermanos comparten el mismo cuarto en donde al mismo tiempo la mamá está cocinando, que estudiar en un salón iluminado, con aire acondicionado y con todas la comodidades. ¿Qué igualdad puede haber entre los hijos de Dios si no hay esta importantísima igualdad que es la igualdad económica?
Ojalá aprendamos de nuestra señora a alegrarnos con lo que ella se alegra, a luchar por lo que ella lucha, a comprometernos por lo que ella se compromete; cuando menos a no seguir creyéndonos esa ideologización, ese engaño en el que muchos de nosotros hemos caído de creer que toda alteración del llamado orden social, -del desorden social en que vivimos- va contra Dios; como si Dios pudiera estar contento con esta situación que estamos viviendo. Cualquiera que sea padre o madre de familia y tenga tres o más hijos deseará sin duda que todos ellos gocen en abundancia de los dones de la tierra, pero nunca podrá tolerar que uno goce a costa de los demás hermanos. Y esto es lo que estamos viendo cada día. Pidámosle a la Virgen María que por lo menos logremos abrir nuestro entendimiento para darnos cuenta de la injusticia que estamos viviendo en este sistema, en que a los ricos se les da más y a los pobres se les quita y se les hace cada vez más pobres, en contra de lo que Dios pretende y de lo que María anuncia en el canto del Magníficat. Que respetemos y apoyemos a cualquier hombre, a cualquier movimiento, a cualquier grupo, que sueñe y que trabaje activamente, en este sentido, aceptando que nosotros muchas veces no lo hacemos. A veces otros hermanos, quizás sin tanta preparación como algunos de nosotros, sin tanto alarde de creyentes o de cristianos, hacen mucho más real este plan de Dios para toda la humanidad. Que todos los hombres seamos iguales en el acceso a los bienes de la tierra. Que si alguien tiene más, que sea porque es el que más necesita, porque es el más débil: el enfermo, el anciano, el niño; y no porque sea el más fuerte; el que ha podido apoderarse de más. Que nos quitemos esa especie de repugnancia, de instinto que nos defiende de querernos meter en problemas, de ver como corre la sangre de nuestro pueblo. Ya corrió primero la sangre del Hijo de Dios. Que haya justicia en este mundo, que se realice el plan de Dios para sus hijos, el plan de igualdad, el plan de fraternidad. ¡Eso es lo que alegra a la Virgen María! Pidámosle que sea verdaderamente nuestra maestra, y que seamos discípulos que estemos dispuestos a aprender; que no nos cerremos en nuestra mentalidad ya formada, sino que la abramos para aprender la lección que quiere darnos.
En ella, bendita entre todas las mujeres y esclava del Señor, encontramos ese misterio de la Pascua, del anonadamiento de ella por reconocerse la esclava: el resto de Israel, los pobres, los que nada valen, los que no tienen nada con que defenderse… María es una de ellos. Mujer sencilla como las mujeres sencillas de nuestro pueblo, y por eso, ¡bendita entre las mujeres! Bendita porque supo mantener firme su fe en el Señor, su disponibilidad en el servicio, en la fraternidad.
Ella nos manifiesta la preferencia del Padre que escoge a “esa mujer” para que sea la madre de su Hijo. Es claro el mensaje, no hay otra manera de leer el Evangelio: ¿a quién prefiere el Padre, a quién pide colaboración? Precisamente a esa mujer humilde, a esa mujer trabajadora, a esa mujer sencilla.
María nos invita a cantar con ella el triunfo de nuestro Dios. “El Magníficat”, como dice nuestro pueblo, que no es una fórmula mágica para conseguir un don de Dios, para que se acabe el temblor o para que se nos quite el dolor de la picadura del alacrán. El pueblo, con fe, reza el Magníficat uniéndose al canto de María. Tal vez este pueblo no conoce la historia de este canto, pero con una profunda devoción canta las alabanzas de nuestro Dios, que llena de abundancia a los hambrientos y a los ricos los despide sin nada.
Esa es la tarea que estamos llamados a realizar como Comunidad de Vida Cristiana, es la tarea que Jesús viene a hacer a este mundo. Así lo reconoce María su Madre en las palabras que pone en su boca Lucas, porque así lo comprendió la primera comunidad cristiana y así quedó expresado en el Evangelio.
Esta tarea no es un quehacer derivado de un sistema filosófico, de un señor Carlos Marx del siglo pasado. La Virgen María no puede ser sospechosa de comunismo porque cantó este cántico, no puede ser sospechosa de estar promoviendo la lucha de clases. María simplemente canta con alegría el triunfo de nuestro Dios, del Dios que se compromete con los pobres y que los llena con abundancia, despidiendo a los ricos sin nada. Esto es lo que alaba la Virgen María, lo que alegra su espíritu: que Dios está realizando su proyecto de echar abajo a los poderosos y levantar a la gente humilde.
Debemos aceptar que este es precisamente el Proyecto de Dios para nosotros y para toda la humanidad. No porque a Dios le moleste que haya ricos, y hay que aclarar aquí este punto importante. Riqueza y pobreza se pueden entender en dos sentidos muy diversos. Si simplemente por rico entendemos el que tiene abundancia de bienes, el que goza de los productos de la naturaleza, podemos decir que Dios quiere que todos sus hijos seamos ricos. Basta ver la infinitud enorme del espacio: ¡para qué queremos más riqueza! Dios ha sido espléndido con nosotros. Si nos fuéramos a repartir los peces del mar, tenemos riquezas infinitas para gozar de los dones que el Señor nos ha dado; por no hablar de las riquezas culturales que también ha dado a sus hijos. Dios no quiere que haya pobres, quiere que todos seamos ricos. Pero hay un segundo sentido de riqueza que es el tener más que otros, y pobreza el tener menos que otros. Y esto es lo que Dios aborrece, es lo que Dios no puede tolerar: que entre sus hijos unos tengan mucho y otros no tengan nada. Lo que Dios no quiere es que queramos estar por encima de los demás. Él quiere que compartamos como buenos hermanos los bienes de la naturaleza
Por eso María se alegra cuando ve que Dios, a través de su hijo Jesús, va a realizar esto: a arrebatar sus riquezas a los ricos, a dar en abundancia a los pobres. Esto es lo que alegra a María y cuando esto sucede, todo cristiano, todo miembro de la Comunidad de Vida Cristiana, tiene que alegrarse y tiene que trabajar activamente para que esto suceda. Y si esto suena a revolución, a comunismo, a lucha de clases, pues ¡qué pena que alguien lo interprete así!; porque esto no es más que la palabra de Cristo en el Evangelio, y es el canto de la Virgen María, nuestra Maestra.
Ojalá aprendamos la lección que esta maestra nos quiere dar con su canto y sepamos pedirle que nos ayude a comprender el Proyecto de Dios, que nos ayude a comprender la justicia que Dios quiere realizar sobre la tierra, que nos ayude a reconocer iguales a nuestros hermanos, a trabajar activamente por la igualdad, especialmente por la igualdad en la posesión de los bienes. Sin esa igualdad, todas las demás igualdades son pura mentira: igualdad ante la ley, igualdad de oportunidades educativas, como si fuera lo mismo ir a la escuela con el estómago vacío que con la barriga bien llena; como si fuera lo mismo estudiar a la luz de una vela y cuando 5 o 6 hermanos comparten el mismo cuarto en donde al mismo tiempo la mamá está cocinando, que estudiar en un salón iluminado, con aire acondicionado y con todas la comodidades. ¿Qué igualdad puede haber entre los hijos de Dios si no hay esta importantísima igualdad que es la igualdad económica?
Ojalá aprendamos de nuestra señora a alegrarnos con lo que ella se alegra, a luchar por lo que ella lucha, a comprometernos por lo que ella se compromete; cuando menos a no seguir creyéndonos esa ideologización, ese engaño en el que muchos de nosotros hemos caído de creer que toda alteración del llamado orden social, -del desorden social en que vivimos- va contra Dios; como si Dios pudiera estar contento con esta situación que estamos viviendo. Cualquiera que sea padre o madre de familia y tenga tres o más hijos deseará sin duda que todos ellos gocen en abundancia de los dones de la tierra, pero nunca podrá tolerar que uno goce a costa de los demás hermanos. Y esto es lo que estamos viendo cada día. Pidámosle a la Virgen María que por lo menos logremos abrir nuestro entendimiento para darnos cuenta de la injusticia que estamos viviendo en este sistema, en que a los ricos se les da más y a los pobres se les quita y se les hace cada vez más pobres, en contra de lo que Dios pretende y de lo que María anuncia en el canto del Magníficat. Que respetemos y apoyemos a cualquier hombre, a cualquier movimiento, a cualquier grupo, que sueñe y que trabaje activamente, en este sentido, aceptando que nosotros muchas veces no lo hacemos. A veces otros hermanos, quizás sin tanta preparación como algunos de nosotros, sin tanto alarde de creyentes o de cristianos, hacen mucho más real este plan de Dios para toda la humanidad. Que todos los hombres seamos iguales en el acceso a los bienes de la tierra. Que si alguien tiene más, que sea porque es el que más necesita, porque es el más débil: el enfermo, el anciano, el niño; y no porque sea el más fuerte; el que ha podido apoderarse de más. Que nos quitemos esa especie de repugnancia, de instinto que nos defiende de querernos meter en problemas, de ver como corre la sangre de nuestro pueblo. Ya corrió primero la sangre del Hijo de Dios. Que haya justicia en este mundo, que se realice el plan de Dios para sus hijos, el plan de igualdad, el plan de fraternidad. ¡Eso es lo que alegra a la Virgen María! Pidámosle que sea verdaderamente nuestra maestra, y que seamos discípulos que estemos dispuestos a aprender; que no nos cerremos en nuestra mentalidad ya formada, sino que la abramos para aprender la lección que quiere darnos.
Félix Palencia s.j.
Texto publicado en la revista "Progressio Centrados en Cristo, caminando con María" suplemento no. 30-31, Mayo 1988, Año Mariano; una publicación de la Comunidad Mundial de Vida Cristiana.
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